La mayoría de las parábolas de Jesús se relacionan con él y su iglesia. En Mateo 18 describe a un rey que llama a sus siervos a rendir cuentas. Evidentemente, el rey estaba lidiando con sirvientes que habían sido expuestos por cometer crímenes y el sirviente en mayor deuda era uno de los primeros delincuentes en ser presentado ante él. De alguna manera, este hombre había logrado endeudarse enormemente, debiendo el equivalente a cientos de millones de dólares. Cuando fue llamado a rendir cuentas, él “no pudo pagar” (Mateo 18:25). Entonces el rey ordenó que lo vendieran, junto con su esposa e hijos y todo lo que poseía.
Este siervo inmediatamente clamó: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (18:26). El hombre no tenía nada de valor para cambiar por su acto criminal, por lo que cayó a merced de su rey. “Dame algo de tiempo. Puedo compensar mi pecado y satisfacer todas tus demandas”. Pero la verdad era imposible que este sirviente pudiera pagar por su crimen.
“El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda” (18:27). Y luego descubrimos que el sirviente no se arrepintió en absoluto, simplemente estaba tratando de jugar con los sentimientos del rey, buscando su piedad. El rey lo sabía, pero tuvo compasión debido a la terrible enfermedad que plagaba la mente y el corazón de este hombre.
El rey en la parábola de Jesús sabía cuán aplastantes eran las consecuencias de los pecados de su siervo. Y él pudo ver que si lo entregaba a esas consecuencias, el sirviente se perdería para siempre. Sin perdón, éste descendería en un espiral sin remedio y se endurecería de por vida. Entonces el rey lo perdonó y declaró que el hombre estaba libre, liberándolo de toda deuda.
¿Cómo respondió el siervo perdonado a la gracia y al perdón de su amo? Salió y atacó a un compañero de servicio que le debía una pequeña cantidad de dinero (18:28-30). ¡Qué pecado abominable! La negrura en su corazón se reveló, incluso después de haber sido perdonado.
¿Estás recibiendo el mensaje? Nunca jamás podremos pagarle a Dios por nuestras ofensas; sólo debemos aceptar su gracia y misericordia hacia nosotros. Y debemos ser tiernos y amorosos los unos con los otros: “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
David Wilkerson