odos conocemos la historia de David, el joven pastor que se convirtió en héroe cuando derrotó al gigante filisteo llamado Goliat. David era el hijo menor de Isaí, cuyos tres hijos mayores estaban sirviendo en el ejército del rey Saúl. Su padre Isaí envió a David al campo de batalla para ver a sus hermanos y llevarles algunas provisiones.
“Y [toma] estos diez quesos de leche los llevarás al jefe de los mil; y mira si tus hermanos están buenos, y toma prendas de ellos. Y Saúl y ellos y todos los de Israel estaban en el valle de Ela, peleando contra los filisteos. Se levantó, pues, David de mañana… y se fue” (1 Samuel 17:18-20).
El padre de David le pidió que hiciera algo pequeño y él obedeció, sin imaginarse que esta tarea insignificante lo llevaría a una gran victoria para sí mismo, para los israelitas y para Dios. David fue valiente y terminó matando a Goliat, que se había estado burlando de los hombres de Israel sin descanso, una hazaña que definiría su vida (lee la historia completa en 1 Samuel 17:23-51).
Piénsalo. El Espíritu Santo no se estaba moviendo sobre David para llevar queso a sus hermanos, él fue porque su padre le dijo que lo hiciera. David estaba haciendo una entrega de queso, un acto de servicio, cuando fue sobrenaturalmente posicionado para el destino que Dios había planeado para él.
Hudson Taylor, el misionero británico en China, dijo: “Una pequeña cosa es una pequeña cosa, pero la fidelidad en las pequeñas cosas es una gran cosa”.
Tu rampa de entrada a tu destino comienza con tareas humildes que tal vez ni siquiera coincidan con lo que deseas hacer. Debes pasar la prueba de la humildad. ¡Muchas personas nunca son seleccionadas para luchar contra el gigante porque no quisieron el encargo del queso!
Anda desde el principio de la Biblia hasta el final y una y otra vez encontrarás las historias de hombres y mujeres con corazones, mentes y espíritus de siervos, que hicieron del mundo un lugar mucho mejor:
Moisés no dijo: “No voy por desiertos”. Rut no dijo: “No acepto suegras”.
Noé no dijo: “No hago botes”. María no dijo: “No cuenten conmigo para nacimientos virginales”.
Pablo no dijo: “No escribo cartas”. Jesús no dijo: “No subo a cruces”.
Sé aquel creyente que hace el acto de servicio aparentemente insignificante en tu camino para encontrar tu destino en Cristo. ¡Entrega el queso!
pr. Tim Dilena