“Hubo un
hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para
que diese testimonio de la luz… No era él la luz, sino para que diese
testimonio de la luz” (Juan 1:6-8).
Se nos dice que Jesús es la luz del mundo, “a fin de que todos
creyesen por él” (1:7). Sin embargo, leemos: “La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron… A lo suyo vino, y los suyos no
le recibieron” (1:5, 11).
La incredulidad siempre ha entristecido el corazón de Jesús.
Cuando vino a la tierra en la carne, trajo una gran luz al mundo, la cual debió
haber abierto los ojos de los hombres. Sin embargo, a pesar de este asombroso
espectáculo de luz, las Escrituras hablan de ejemplos de incredulidad.
Un ejemplo de esto se ve en Betania cuando Jesús estaba cenando en
la casa de sus amigos Marta y María y su hermano Lázaro, a quien Cristo había
resucitado de entre los muertos. En ese momento, las multitudes pasaban por la
ciudad camino a la fiesta de la Pascua en Jerusalén y tenían la intención de vislumbrar
al hombre que se llamaba Mesías y al hombre que había resucitado (ver Juan
12:1-9).
En el mismo capítulo, encontramos a estas personas agitando ramas
de palmera y cantando “Hosanna” a Jesús cuando entra en Jerusalén en un burro.
Estaban viendo el cumplimiento de una profecía que habían escuchado toda su
vida (ver Zacarías 9:9). Finalmente, llegó una voz como trueno desde el cielo
cuando el Padre glorificó su propio nombre (ver Juan 12:30).
Cada una de estas cosas sucedió ante una gran multitud de personas
religiosas, pero aún así la gente hizo una pregunta que sorprendió
absolutamente a Jesús: “¿Quién es este Hijo del Hombre?” (12:34) Su ceguera era
asombrosa y el Señor les advirtió: “Andad entre tanto que tenéis luz, para que
no os sorprendan las tinieblas” (12:35).
Las palabras de Jesús aquí se aplican a los cristianos que se
niegan a combinar la Palabra que oyen con la fe. Se niegan a echar mano,
abrazar y caminar en la luz que se les ha dado y un día se darán cuenta y
dirán: “Dios ya no me habla”.
Amados, acepten el poder de obrar milagros de Dios en su vida; les
dará el poder para caminar en libertad y seguridad. Cuando les lleguen tiempos
difíciles, pueden decir con confianza: “He visto tu luz, Señor. ¡Haz tus
milagros en mí otra vez!”
DAVID WILKERSON