♦DONDE HAY FE NO HAY
TEMOR♦
Donde hay fe está la fuerza y el poder
divino trabajando alrededor, porque la fe es la fuerza que conecta al ser con
todo su poder interior, la fe es la puerta que da paso a la Divina Presencia en
el hombre.
Podría verse alguien de pronto envuelto
completamente entre nieblas, agobiado por los horrores de los vicios o por el
peso de sus pecados, sumido completamente en la más espantosa degradación
humana, pero mientras su corazón sienta y su mente pueda murmurar para llamar a
Dios, esa fuerza lo levantaría de entre los escombros de su vida, para situarlo
en el más alto pedestal de la dignidad humana, porque no hay hombre más digno
de vivir una vida, que aquél que es movido por la fe de Dios.
Qué importa todo lo que haya pasado
antes, qué importa la calidad moral de un pasado, si de pronto, nuestra puerta
se abre para dar paso a la presencia de Dios. La fe es un bálsamo bendito que
libera de sufrimientos a la persona que la profesa. La fe es la cura milagrosa
para los dolores del pasado y abre los ojos para un porvenir glorioso.
Dios es la presencia omnipotente
permanentemente presente en todo ser, y es el hombre el único capaz de accionar
esa energía, porque la fe no viene de afuera. Podrán escuchar mil discursos
llenos de amor, podrán asistir a mil iglesias en donde se hable del Señor,
podrán clamar mil veces por la ayuda para despertar esa fe, pero siempre al
final cada quien deberá hacerlo solo.
Esa fe es la que nace del corazón, la que
nace de ese encuentro solitario e íntimo que el ser experimenta cuando cerrando
sus ojos y apretando sus manos contra el pecho, reconoce que su vida puede
mejorar y debe mejorar; reconoce que su existencia es debida a un magnífico
poder que mueve los mundos y dirige la evolución de todas las criaturas.
Esa fe nace de reconocerse fruto, hijo
bendito de una manifestación incomprendida, inconmensurable y omnipresente. Esa
es la fe que mueve montañas, las montañas de iniquidad, las montañas de
dolores, las montañas de recuerdos, las montañas de rencores, esa fe que nos
permite dejar en paz a todos aquellos que nos han lastimado.
Esa fe que nos abre los ojos hacia un
futuro prometedor y nos quitas las manos de nuestro propio cuerpo para
llevarlas hacia una vida creativa y útil. Esa es la fe que elimina los
sentimientos de autoconmiseración, para convertirlos en una eterna alabanza a
ese Rey de Reyes.
Esa es la fe que mueve las vidas de
aquellos que escriben la historia, es la fe que impulsa al marino a embarcarse
en el mar y la fe que mueve a los alpinistas a escalar las más altas cumbres,
la fe que dirige a los cirujanos en las más delicadas operaciones.
Es la fe que hace reír a los humildes aun
sin tener nada que comer, la misma fe que brilla en los ojos de los niños aun
sumidos en la miseria, la misma fe que reflejan los padres cuando ven en su
cuna al recién nacido, es la fe que siente la madre cuando poniendo la mano
sobre su vientre, recita dulces palabras a ese fruto de su amor que se
encuentra en gestación.
Es la fe que hace madurar los frutos en
los árboles de la naturaleza, la fe que mueve los ríos en su camino al mar, la
que vibra en los corazones humanos cada vez que hay Navidad, la que inspira, la
que mueve, la que motiva, la que despierta, la que agiganta.
Esa es la fe que hace santos a los
santos, la fe que llevó a Cristo a la resurrección, la fe que ha guiado a los
hombres desde el inicio de los tiempos, la misma fe que llevará a todos de
retorno al Padre.
Estas son mis palabras y con ellas dejo
mi bendición entre ustedes.
Kwan Yin.