El poder del Espíritu Santo viene a nosotros de varias formas. Primero, como dice Jesús, nadie llega a conocerlo a menos que nazca de nuevo en el Espíritu. Por lo tanto, en cierto sentido, el Espíritu de Dios habita en cada cristiano.
En segundo lugar, estamos llamados a permanecer en el Espíritu, a permanecer en intimidad con él en oración. En tercer lugar, debemos estar continuamente llenos del Espíritu, para beber constantemente de su pozo de agua viva. Nada de esto significa que el Espíritu nos abandona, sino que tenemos parte en nuestra relación con él.
Finalmente, hay un derramamiento del Espíritu que nos llena de poder, algo que está más allá de nuestra capacidad de generar. Quizás te preguntes: “Si he nacido del Espíritu; y el Espíritu permanece en mí; y yo bebo del Espíritu continuamente, ¿por qué necesitaría que el Espíritu se derrame sobre mí?” Lo necesitamos porque él nos ayuda a comprender nuestra necesidad de Dios. Nunca podríamos hacer las obras de su reino con nuestra propia pasión o celo. Tiene que venir de él.
Podemos pensar que Dios elige a la persona fervorosa, la que haría que todos se vuelvan celosos de Dios. Pero el Señor está buscando un corazón hambriento, uno que pueda llenar con su propia mente, corazón y Espíritu. Eso significa que incluso los más mansos entre nosotros califican.
Jesús dijo al describir el derramamiento del Espíritu: “Quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Esto sugiere un movimiento externo del Espíritu en nuestras vidas, algo que viene desde afuera de nosotros. Todos los demás movimientos del Espíritu en nosotros son internos: nacer de nuevo, permanecer, beber hasta saciarnos.
Llega un momento en la vida de todo creyente en el que el Espíritu tiene que moverse de una manera externa a nosotros. Lo necesitamos para hacer la obra: hablar, tocar, entregar. Eso es exactamente lo que sucedió cuando los discípulos no pudieron expulsar a un demonio. Jesús les dijo: “Este género sólo sale con oración y ayuno” (ver Marcos 9:29). En otras palabras, requería una total dependencia de Dios. Debemos decir: “No puedo hacer esto en mis propias fuerzas. Se requiere la fuerza de Dios”.
Los discípulos necesitaban oración y ayuno sólo para echar fuera un demonio. ¡Nosotros nos enfrentamos a toda una cultura que sólo puede ser transformada con oración y ayuno!
Gary Wilkerson