Las sanidades que Cristo realizó fueron instantáneas, visibles para los presentes. “(Dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa” (Mateo 9:6-7). El hombre lisiado con el cuerpo nudoso que yacía junto al estanque de Betesda repentinamente tuvo un cambio físico externo para poder correr y saltar (ver Juan 5:5-8). Este fue un milagro que tuvo que asombrar y conmover a todos los que lo vieron. ¡Otro milagro instantáneo!
Las provisiones de alimento que hizo Cristo fueron progresivas. Él ofreció una simple oración de bendición, luego partió el pan y el pescado seco, sin dar ni una señal ni un sonido de que estaba ocurriendo un milagro. Sin embargo, para alimentar a tanta gente, tuvo que partirse el pan y el pescado miles de veces, durante todo el día. Y cada pedazo de pan y pescado fue parte del milagro.
Así es como Jesús realiza muchos de sus milagros en la vida de las personas de hoy. Oramos por maravillas instantáneas y visibles, pero a menudo nuestro Señor está obrando en silencio, haciendo un milagro poco a poco, pieza por pieza. Es posible que no podamos oírlo o tocarlo, pero él está obrando, dándole forma a nuestra liberación más allá de lo que podamos ver.
Puede que ahora mismo estés en medio de un milagro y simplemente no lo estés viendo. Estás desanimado porque no ves ninguna evidencia de la obra sobrenatural de Dios a tu favor. David dijo: “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos” (Salmos 18:6).
Piensa en una dificultad que estás enfrentando en este momento, tu mayor necesidad, tu problema más preocupante. Has orado por eso durante tanto tiempo. ¿De verdad crees que el Señor puede resolverlo y lo resolverá de maneras que tú no puedes concebir? Ese tipo de fe ordena al corazón que deje de inquietarse o hacer preguntas. Te dice que descanses en el cuidado del Padre, confiando en que él lo hará todo a su manera y en su tiempo.
David Wilkerson