En términos prácticos, ¿cómo aprendemos a amar a los demás como Cristo nos ama a nosotros? Juan escribe: “Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba” (Juan 11:3-6).
A primera vista, puedes pensar: “Pero pensé que Jesús los amaba, ¿por qué no se apresuraría a ayudar?” De hecho, tal vez hayas hecho esa pregunta muchas veces con respecto a tu propia vida. “¿Por qué no respondes a mis oraciones, Señor? ¿Por qué mi situación sigue siendo la misma? ¿Dónde estás, Señor? ¡Te necesito ahora!”
El amor de Dios es amor ágape, es un amor que les da a las personas lo que Dios sabe que es necesario en la situación y lleva a cabo el mayor propósito de Dios y su gloria. En esta situación con Lázaro, Jesús no se demoró porque no lo amaba o no le importaba que muriera. Jesús esperó porque había un propósito más alto llevándose a cabo: la glorificación de Dios y el testimonio a todos los que lo rodeaban de que él era el Mesías, el mismo Redentor a quien ellos habían estado esperando por décadas, desesperadamente.
Bueno, ¡eso es asombroso! Lázaro tuvo que morir para que la gloria de Dios se revelara en y a través de su vida. Cuando amamos a las personas de la forma en que Dios nos ama, tenemos una profunda confianza interior en Dios de que, sin importar por lo que ellos estén pasando, el Señor está en control de la situación y será glorificado.
El amor ágape se mueve para tratar a las personas con comprensión y compasión, no con compulsión. Si yo te amo, hay un momento para hablar y un momento para callar. Hay un momento para tener una opinión y un momento para no decir nada. Hay un momento para dejar que el Espíritu Santo diga: “La puerta no está abierta; no hables en esta situación”.
Necesitamos confiarle a Dios a quienes amamos, poniéndolos en sus manos, confiándolos a él, sin importar cómo se vea ante nuestros ojos. Dios llamará a estas personas en el momento apropiado para que salgan de la tumba de su experiencia. El amor verdadero, el amor de Dios que obra en nosotros y a través de nosotros, tiene esta capacidad.
Carter Conlon