En 1989 viajé al este de Canadá, dirigiendo reuniones de evangelización y testificando de la bondad de Dios en varias iglesias que necesitaban aliento. Ahora, cuando regresas a casa después de alguna temporada de viajes, por lo general esperas encontrar algo de descanso y comodidad personal. Lo último que esperas encontrar es tu casa quemada hasta los cimientos.
El departamento de bomberos dijo que fue uno de los incendios más increíbles que jamás hayan visto. Aparte de la chimenea, no quedó absolutamente nada. Todo había colapsado sobre los cimientos, no quedaba ni una sola pared en pie. Fue una destrucción total y completa de mi casa.
Fue en esta casa donde mi familia y yo aprendimos a tener fe para confiar en Dios por lo imposible. No sólo alimentamos a las personas más allá de nuestros medios naturales, sino que también nosotros fuimos alimentados de manera sobrenatural. Ahora, de pronto, todo se había ido. Todas las comodidades, todas las fotos de nuestros hijos, todo el trabajo que yo había hecho para renovar el viejo almacén de troncos, todo lo que habíamos acumulado hasta ese momento, todo desapareció.
En ese momento, habría sido fácil para mí pararme en mi patio y gritar: “Dios, ¿así es como me recompensas por acoger a los desamparados? ¿Es esto lo que obtengo por alabarte, por vivir para ti, por viajar para testificar de ti? ¿Decides quitarnos todo lo que tenemos? El mejor momento del enemigo para sembrar dudas en nuestra mente con respecto a la bondad de Dios es justo en medio de nuestras pruebas más intensas. Ahí es cuando debemos tomar una decisión.
Mientras estaba parado frente a las brasas de mi casa, decidí confiar en Dios. Elegí creer que todo lo que él permite tiene una razón. En retrospectiva, ahora me doy cuenta de que Dios sabía que me mudaría a Nueva York. También sabía que tenían que suceder ciertas cosas; ciertas cosas necesitaban ser quitadas de mí. Una profunda confianza tenía que nacer dentro de mi corazón, una revelación personal del poder guardador de Dios; y no había otra forma de desarrollar ese tipo de confianza excepto a través del fuego. Dios sabía que más tarde sería llamado a enfrentarme a circunstancias mucho más difíciles, así que ahora era el momento de que se obrara en mi corazón, una mayor fe. Esas brasas y cenizas se convirtieron en un momento de fortalecimiento y gran bendición.
Carter Conlon