ACORDAOS
“¿No recordáis?” Marcos 8:18
“Acordaos de que... estabais sin Cristo… Pero ahora en Cristo Jesús,
vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la
sangre de Cristo” (Efesios 2:11-13).
Acostumbrados al ambiente cristiano, muchos de nosotros ¿no corremos el
riesgo de perder de vista que “éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que
los demás” (Efesios 2:3), y de olvidar la purificación de nuestros antiguos
pecados? (véase 2 Pedro 1:9).
Haber sido educado en un hogar cristiano no da la vida eterna. Es necesario
el arrepentimiento, la fe personal, el nuevo nacimiento. Tal vez no haya mucho
cambio en las costumbres exteriores cuando un hijo de padres cristianos se
convierte, por la fe en el Señor Jesucristo, en hijo de Dios. Sin embargo, ¡qué
cambio fundamental! Estaba en el camino de perdición y ahora se halla en la
“senda de la vida” (Salmo 16:11). Ha pasado “de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18). “Si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2
Corintios 5:17).
Después de haber experimentado en nuestra alma el gozo de la luz, poco a
poco nos acostumbramos a esta nueva vida. Y muy fácilmente olvidamos de dónde
fuimos sacados, la gravedad de la deuda que nos fue perdonada. “Aquel a quien
se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47). ¿Realmente nos fue perdonado poco?
¡Oh, no! Para que fuéramos “hechos cercanos”, fue necesaria “la sangre de
Cristo”. El precio pagado muestra la inmensidad de la deuda. Pero, olvidando lo
que éramos por naturaleza, y considerándonos en lo más profundo de nosotros
mejores que los demás, podemos subjetivamente estimar que se nos “perdonó
poco”. Entonces no es de extrañar si amamos “poco”, si no estamos dispuesto a
perdonar a nuestros hermanos, a “tener misericordia” de nuestro consiervo
(Mateo 18:33).
“Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32)
No sabemos de dónde tomó Lot mujer. Ella no es mencionada antes de que Lot
estuviera en Sodoma. ¿Era de esa ciudad? Lo ignoramos, pero en todo caso su
corazón estaba allí. Por eso es puesta ante nosotros como una solemne
advertencia: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón” (Mateo 6:21). El día que fue necesario “salir”, ella no pudo tomar la
decisión de dejar lo que su corazón amaba. Unida por lazos muy fuertes a
Sodoma, a sus bienes, a su casa, “miró atrás”. Como “estatua de sal”, se
convirtió en testigo, para cada uno de nosotros, de las consecuencias de tal
camino. Los hombres de Sodoma perecieron arrastrados en la ruina de su ciudad,
pero ella, más responsable por haber tenido un esposo “justo” que seguramente
le había hablado del Dios Todopoderoso, se destaca como un objeto particular
del juicio de Dios.
¡Qué advertencia para nuestros jóvenes amigos que han escuchado hablar del
Señor y todavía no le han entregado su corazón!
“Te acordarás de todo el camino” (Deuteronomio 8:2).
Nuestra vida está marcada por etapas, largas o cortas. Tal vez hace
solamente un año, o dos, que conocemos al Señor; pero sea lo que fuere, es
bueno detenernos de vez en cuando y mirar el camino recorrido. Hasta es una
exhortación que Dios nos dirige.
Sin duda, al principio, para juzgar nuestros caminos. ¿Qué huellas hemos
dejado en la arena del desierto? ¿Van ellas de un lado para otro, un poco a la
derecha y un poco a la izquierda, o bien directamente hacia la meta? ¿O
simplemente no se ve ninguna huella, porque hemos permanecido estáticos y no
hemos hecho ningún progreso en las cosas de arriba? Tengamos cuidado, porque si
éste es el caso, examinando las cosas más de cerca, descubriremos más bien
huellas retrógradas. “Meditad bien sobre vuestros caminos” (Hageo 1:5). Y si es
necesario bajar la cabeza y juzgarnos, vayamos a él, nuestro Salvador lleno de
gracia, quien sabrá lavar nuestros pies y restaurar nuestras almas.
En Deuteronomio 8 se trata más bien de acordarse de “todo el camino por
donde te ha traído el Señor tu Dios” (v. 2). No se hace énfasis en las faltas,
sino en los cuidados, la disciplina, las enseñanzas de Aquel que día tras día
nos ha acompañado en el camino. Tal vez ha permitido que pasemos por pruebas,
“para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón”, para al
final hacernos bien. Pero también nos ha dado cada día el pan, el alimento
espiritual que nuestras almas necesitan. Hizo salir “agua de la Roca”; dio la
fuerza. ¿Lo olvidaremos? ¿No tomaremos un momento, en el silencio de su
presencia, para pasar revista delante de él a la etapa recorrida? Hay ocasiones
particularmente propicias para ello: fin de año, cumpleaños, una enfermedad, un
accidente, vacaciones, etc. No perdamos la oportunidad que Dios nos da para
hacerlo, aunque sea necesario renunciar a algún placer.
“Acuérdate de Jesucristo” (2 Timoteo 2:8).
Objeto supremo de nuestros afectos, sobrepasando a cualquier otro, el Señor
mismo es puesto ante nosotros para que nos acordemos de él. A pesar de la
expresa recomendación, el jefe de los coperos, una vez liberado, “no se acordó
de José, sino que lo olvidó” (Génesis 40:23). Cuando hubo pasado el peligro en
la ciudad, “nadie se acordaba de aquel hombre pobre”, el cual la había librado
con su sabiduría (Eclesiastés 9:15). ¿Somos de esos que olvidan? El Señor
Jesús, la noche que fue entregado, dijo: “Haced esto en memoria de mí” (Lucas
22:19). ¿Respondemos al deseo de su corazón? Cuando tantas distracciones llaman
nuestra atención, ¿sabemos darle el primer lugar en todas las cosas?
Pronto lo veremos y el tiempo en que podemos acordarnos de él habrá pasado.
Mientras aún estamos camino hacia la casa del Padre, deseemos acordarnos más a
menudo, con más afecto y realidad, de aquel cuyos sufrimientos nos abrieron las
puertas.
G. A.
© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
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