Creyendo en Él
En aquella noche llena de sombríos presentimientos, tal
como el evangelio de Juan nos la presenta, la tristeza había llenado el corazón
de los discípulos (Juan 16:6). Jesús les hablaba abiertamente de su próxima
partida: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis” (Juan 14:19). ¿Cómo podrían verle si no
estuviera allí, Él, quien había estado con ellos durante más de tres años,
cuidando de ellos de modo que nunca las faltó nada?
Le habían conocido
“según la carne”; desde entonces no le conocerían más de aquella forma (2 Corintios 5:16). Durante los
cuarenta días entre la resurrección y la ascensión, ya visible, ya invisible
para ellos, iba a manifestarles su presencia. Pero, después de su ascensión a
la gloria, sólo lo conocerían por medio de la fe: “Creéis en Dios, creed
también en mí” (Juan 14:1). Dicho de
otra manera: Creéis en Aquel a quien nadie ha visto jamás, el Dios invisible, y
le conocéis por medio de la fe; así es como, desde ahora, me conoceréis a mí
también, y no sólo vosotros, sino todos “los que han de creer en mí” por medio
de vuestra palabra (Juan 17:20).
En aquella noche
memorable Juan estaba presente. Unos sesenta años más tarde, aún estaba lleno
de emoción cuando escribió: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que hemos contemplado… eso os anunciamos… para que vuestro gozo sea
cumplido” (1 Juan 1:1, 3-4). Él mismo había sido uno de estos “bienaventurados”
que habían visto al Señor Jesús en carne y hueso; al hablar de él, quiere
hacernos compartir el gozo de todo aquel que, por la fe, puede “ver” al Señor
Jesús.
Pedro también estaba presente aquella noche en la cual el
Señor fue entregado… y negado. Llegado al crepúsculo de su existencia, se
dirigió a los creyentes de la dispersión colocando ante sus corazones a Aquel
“a quien amáis sin haberle visto”. Como si fuera necesario insistir, añadió:
“Aunque ahora no lo veáis os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro
1:8) Esto sólo es posible “creyendo en él”. La fe comprende las verdades de la Palabra
de Dios, en primer lugar las relativas a la salvación: el arrepentimiento, el
cambio radical de nuestra manera de pensar en cuanto a Dios y en cuanto a
nosotros mismos; la seguridad de que el sacrificio de Cristo ha respondido a
todo lo que somos y a todo lo que no somos: “Con una sola ofrenda hizo
perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). La fe descansa en
las promesas de la Palabra de Dios, sobre la obra de Cristo; pero hay más aún:
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
G.A.
© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
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