Pedro y Juan
La misma voz los llamó estando ellos a orillas del lago,
uno echando las redes en el mar, otro reparando las suyas junto a su hermano
Santiago. En esto vemos ya una alusión a los ministerios que les serían
confiados: a Pedro, el llamamiento de las multitudes (Hechos 2 y 4) y a Juan, por medio de sus epístolas, unir aquello
que el enemigo intentaría dispersar (Marcos
1:16-20).
Sobre un monte, ambos reciben la aprobación del Maestro y
responden a su invitación: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”
(Mateo 4:19).
Con Santiago, los dos entran en la habitación donde
descansaba la joven de doce años acerca de quien Jesús afirma: “La niña no está
muerta, sino duerme”. Con su voz poderosa, le dice: “Niña, a ti te digo,
levántate”, y ella se levantó y empezó a andar. Los tres discípulos, junto con
los padres de la chica, se maravillaron (Marcos
5:37-43).
Sobre otro monte, cuando despertaron, “vieron la gloria
de Jesús” (Lucas 9:32), y después de
que la voz del Padre se hizo oír, no vieron a nadie más sino a Jesús.
El día de la fiesta de los panes sin levadura, en el cual
era necesario sacrificar la Pascua, Jesús envía a Pedro y a Juan para que la
preparen (Marcos 14:13; Lucas 22:8).
Durante la comida, Pedro hace una señal a su amigo Juan para que pregunte a
Jesús quién es el que le entregará (Juan
13:24).
Los dos siguen al Señor hasta Getsemaní y luego, hasta el
palacio del sumo sacerdote (Juan 18:16),
donde, desgraciadamente, Pedro negará a su Maestro.
¿Guardará Juan rencor a su amigo? En el día de la resurrección,
cuando María Magdalena viene a anunciarles que han quitado del sepulcro el
cuerpo del Señor, Pedro sale… y Juan le acompaña. Corren los dos juntos,
contemplan el sepulcro. Pero su fe no ha sido aún despertada, así que vuelven a
sus casas (Juan 20:1-10).
Después, mientras los discípulos pescaban en el lago,
Jesús se les presenta. Juan le reconoce primero y dice a su amigo: “Es el
Señor”. Entonces Pedro se echa al agua y va al encuentro de Aquel a quien había
negado. Cuando Jesús, luego de haberle restaurado para el servicio, le dice:
“Sígueme tú”, Juan se encuentra también allí, dispuesto a seguir a su común
Señor y Salvador.
El ministerio para el cual fueron revestidos por el
Espíritu Santo va a empezar. El primer acto de los dos nos es presentado con
toda sencillez: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de
la oración” (Hechos 3:1). Juntos
encuentran la oposición de los principales del pueblo y sus amenazas y, por
último, sus azotes (Hechos 4:18-21 y
5:40). Juntos son enviados a Samaria por los otros apóstoles (Hechos 8:14); juntos también dan
testimonio y anuncian la Palabra del Señor (v.
25). ¡Cuántos recuerdos del tiempo en que habían estado con Jesús en esta
región! Por último, en la carta a los Gálatas, Pablo los relaciona y menciona
como “columnas” (2:9).
Para nosotros, es un inmenso privilegio tener un amigo en
el Señor. Tal vez los dos —mi amigo y yo— fuimos llevados a Él más o menos
simultáneamente, hemos aprendido a seguirle, a servirle y, ante todo, a orar
juntos: entre los dos, pudimos colocar delante de Él los problemas surgidos. Al
pasar los años, quizás anunciamos juntos el Evangelio de su gracia y nos hemos
convertido cada vez más en una ayuda para la asamblea local. “Hierro con hierro
se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo… El ungüento y el perfume
alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo al hombre… Fieles son las
heridas del que ama… En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en
tiempo de angustia” (Proverbios 27:17, 9
y 6 y 17:17).
Y cuán precioso es ser agradecido por la gracia que nos
ha sido concedida a lo largo del camino de la vida y por haber permanecido
juntos, fieles al Amigo por excelencia (Proverbios
18:24).
Venid e id
Consideremos algunas de las primeras y últimas palabras
del Señor Jesús en los evangelios. Mateo, Marcos y Lucas presentan las mismas
palabras: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17). “No temas, desde ahora
serás pescador de hombres” (Lucas 5:10).
Para que tal invitación se convierta en una realidad, será necesario un trabajo
espiritual en pos de Jesús. Tanto en Juan 1 como en Mateo y Marcos, Jesús dice
primero: “Venid y ved” (v. 39). Aquí, no pone el énfasis en el servicio que
esperaba de los apóstoles sino en el hecho de morar con Él.
Después de haberlo dejado todo, le siguieron. El primer
propósito de este llamamiento es subrayado en Marcos 3:14: “Estableció a doce, para que estuviesen con él, y para
enviarlos a predicar”. Primero estar con Él, seguidamente ir a predicar. Los
recursos están indicados en Juan 15:4-5:
“Permaneced en mí… porque separados de mí nada podéis hacer”.
En Juan 1:39,
Jesús había dicho: “Venid y ved”, y el apóstol pudo escribir al final de su
carrera: “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia
y de verdad” (1:14).
Al final del evangelio de Juan, Jesús dice de nuevo:
“Venid, comed” (21:12). Y luego de alimentarlos, el Señor restaura a Pedro.
Después, pronuncia aquellas palabras: “Sígueme tú”, las últimas que Juan
refiere en su epístola (v. 22).
En Mateo y Marcos, el Señor Jesús no concluye diciendo:
“Venid”, sino: “Id, y haced discípulos a todas las naciones… he aquí yo estoy
con vosotros todos los días” (Mateo
28:19-20). En Marcos, el Señor añade: “Predicad el evangelio a toda
criatura” (16:15). En Lucas encontramos el mismo pensamiento de una forma algo
diferente: “Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones” (24:47), a lo cual el Señor añade: “Yo enviaré
la promesa de mi Padre sobre vosotros” (v. 49). Sin este “poder de arriba”,
¿qué podían haber hecho? En Hechos 1, Lucas, dirigido por el Espíritu Santo,
relata una vez más estas últimas palabras del Señor: “Me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (v. 8).
El Señor Jesús iba a ayudarles y confirmar la Palabra con
señales que la acompañarían (Marcos
16:20). Pero había precisado que antes de servirle era necesario seguirle:
“Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi
servidor” (Juan 12:26). G.A.
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