Recuerdo un pueblo triste y una noche de frío y las iluminadas ventanillas de un tren.
Y aquel tren que partía se llevaba algo mío, ya no recuerdo cuando,
ya no recuerdo quien.
Pero sí que fue un viaje para toda la vida y que el último gesto, fue un gesto de desdén, porque dejó olvidado su amor sin despedida igual que una maleta tirada en el andén.
Y así,
mi amor inútil, con su inútil reproche, se acurrucó en su olvido, que fue inútil también.