Como decía...tranvías estrechos. Por cierto que ahora, están poniendo de nuevo. Concretamente el del barrio del actur (donde yo vivo), está previsto lo inauguren en abril, aunque ahora ya está funcionando en pruebas.
Pero no nos desviemos del tema.
Un día de mucho calor, yo subí y me coloqué al fondo. Estaba abarrotadísimo. En la parada de la antigua Avenidada General Franco, (hoy llamada Conde Aranda), se subió una monjita con una bolsa que llevaba a la altura del bajo vientre, diciendo sin cesar mientras caminaba hacia el fonde del tranvía:
" -Cuidado con los huevos, cuidado con los huevos....".
Yo sin pestañear.
Al final, un parroquiano con la mayor educación que pudo le dijo:
- "Pero hermana, cómo se le ocurre subir al tranvía abarrotado con una bolsa de huevos?".
A lo que la monjita respondió:
-"No son huevos, son alfileres".
Y esto otro, fue muhco más reciente. Hace tan solo unos meses. Se trataba de un empresario acompañado de su adjunto, el responsable de compras. Nos fuimos a comer. Nada mejor que invitar a comer al jefe de compras y al dueño de la empresa para conseguir un objetivo de ventas.
El jefe de compras era un tanto despistado y estábamos comiendo unos huevos escalfados. El gerente me estaba apurando en el presupuesto.
Era un restaurante afamado y muy elegante, pero como el destino es así de caprichoso, se coló una mosca.
Yo sin pestañear estaba atento a cualquier regate de la operación que nos ocupaba mientras saboreaba la comida y en un momento dado se posó la mosca en el plato del jefe de compras. Marcelo se llamaba, que en paz descanse.
Yo le dije:-Marcelo, se te acaba de posar una mosca en los huevos. Y el ya difunto jefe de compras, Marcelo, instintivamente se sacudió la bragueta con tanto ímpetu que falleció en el acto como consecuencia del golpe.
Con el hueverío no hay arreglo posible.
Lo mismo ocurre con las bolas y las pelotas. Lo esférico es siempre peligroso.
Yo mismo había alcanzado las semifinales en un torneo de tenis en el real club de tenis de Zaragoza. Si la sinceridad es una de mis virtudes, he de reconocer que había llegado a semifinales con escasos méritos. Se habían apuntado sólo ocho parejas y la que tenía que oponerse a mi compañero y a mí, no se presentó. La encargada de distribuir las pistas se llamaba Juanita y era una aragonesa magnífica y vociferante. Dirigiéndose a mí, dijo:
-Kimax...tienes pelotas?
Yo, el más apuesto de los tenistas que allí había, turbadísimo por la pregunta...acerté a responder:
-De tenis no.
Como es lógico perdí la final