Ya se acerca la Semana Santa y con ella los días de recogimiento y oración. Por lo menos hasta el domingo de Resurrección o el lunes de Pascua, donde podemos dar rienda suelta a nuestros júbilos.
A mí ya me dice el horóscopo que se me acercan días de mucha pasión.
Yo siempre he estado muy ligado a las liturgias. Sin embargo nunca me gustaron las personas que al rezar mueven mucho los labios. No me parecen de fiar.
Yo fui Niño Jesús en un Nacimiento viviente con seis meses de edad, pastorcillo de Belén cuatro años consecutivos, también sobrino del Cirineo en un recorrido al Calvario. Lo peor de todo, y fue donde abandoné mi afición, fue cuando hice de centurión romano en la procesión de mi pueblo. Como atenuante debo decir que es costumbre merendar y beber en demasía durante la tarde, momentos antes de la procesión. Cosa poco recomendable y menos para las personas poco acostumbradas a ingerir grandes cantidades de alcohol. Pero ya se sabe que las costumbres y tradiciones son así.
Le estaba arreando al discípulo de San Juan moderadamente, cuando éste se volvió y me llamó cabronazo a grito pelado en medio de la procesión y yo, ni corto ni perezoso aceleré en velocidad e intensidad los latigazos. El salió corriendo y yo detrás en persecución sin cuartel.
Esto terminó con toda mi carrera. Yo aspiraba a ser Pilatos, pero aquel día, el discípulo de San Juan hizo añicos todas mis ilusiones. Aún hoy en día no lo he superado. Ahora que se acercan tan señalados días he querido haceros partícipes de mis tristes recuerdos.
En cualquier caso, yo sigo con mis oraciones diarias.
Rezar no está mal. Se puede rezar sin romper el perfil de la dignidad. Por eso no hay que mover los labios.