Reconozco que soy un cobarde. Me dan pánico los aviones. Mi primer vuelo, fué el más largo de todos los que posteriormente he hecho.
“La terminal” es un nombre que ya de entrada me ponía nervioso. Por si esto fuera poco, a los minutos de tomar asiento en el avión, oigo por megafonía:
"Atención, les habla el comandante Constante Riesgo....."
Yo no daba crédito a lo que me estaba sucediendo. Instantes después, continúa la megafonía anunciando que en caso de descompresión, existen unas mascarillas, y en caso de amerizaje unos flotadores……
La media de los viajeros, sin contar la tripulación, rondábamos los 50 años, y a partir de esa edad, el corazón entra en situación de riesgo.
Era noche cerrada. Los nudillos de la lluvia salpicaban la ventanilla de la aeronave.
Ya daba por hecho que mi destino inmediato estaba abocado al desastre, una muerte inminente y cruel, así que pensé que mi mejor aliado, dadas las circunstancias, sería el sueño. El sueño siempre ha sido el amigo más conveniente para mí ante circunstancias adversas. Justo cuando incliné la cabeza sobre la ventanilla, una monja, compañera de asiento, que advirtió mi estado de ánimo, me dijo:
-No te preocupes, Kimax, cada uno tenemos nuestro día señalado.
Yo le dije:-Pues espero que hoy no sea el día del piloto.
Quedé profundamente dormido, creo que por el miedo, y sólo desperté unas horas después, por unas turbulencias, según dijeron, sin importancia, pero que yo no encuentro palabras para describir en estas líneas las emociones y los pensamientos que me asediaron durante esos minutos a 8000 metros de altura en mitad del atlántico. Me imaginaba el avión cayendo en picado y en el mar un congreso de tiburones todos juntos de celebración.
La azafata, con su generosidad y delicadeza, que sin duda formaban parte de su conducta general, se acercó y me calmó, con su voz melosa. Pero la monja me ponía nervioso.......
......Continuará....