Seamos amables
No despertemos rencores; procuremos despertar simpatías con
nuestra conducta amable y dulce, cordial y tranquila.
No pretendamos castigar con nuestro rencor y con nuestro
mal deseo a quien un día nos concedió amor, atención o afecto.
El rencor es demasiado amargo, rompe el corazón, perturba el sueño,
inutiliza la acción.
Es mejor proceder noblemente, otorgar silencio para aquellos
que nos mortifican con su murmuración, que nos hieren con su crítica
o que nos dañan por el solo placer de causarnos mal.
Es mejor dejar caer en el olvido las ofensas recibidas y hasta el nombre
que un día nos fue amado y de quien recibimos ingrata retribución,
antes de albergar enconos que amarguen nuestros días.
Despidámonos sonriendo de quien nos ofenda; sonriendo, sí,
aunque para ello tengamos que torcer nuestro espíritu.
No hay mejor venganza, cuando somos maltratados, que hacer creer
que no nos hemos dado cuenta del bofetón o de la indirecta…
Silvia Watteau
Escritora argentina
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