Ayer soñé contigo, Dios. Tú eras
el trueno de las doce y la alta luna en una vieja noche entumecida. La fiebre, pobre Dios, se te hizo furia. Venías a decirme que me di con mi gorrión amado a alegre fuga. Y yo ni arrepentida ni miedosa sentí que no era más tu rosa única. Oíamos al mar golpear su pecho contra la blanca estatua de la espuma. Veíamos el cielo derramarse como un amor de luz que no se cura. Por un instante el grillo de una rama calló a otro grillo de las flores muchas. Con lámpara en la mano te miré: ¡y vi en tu rostro un llanto de criatura!
DELFINA ACOSTA
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