Un ángel blanco trajo alas tupidas
que, rápido, insufló de brioso viento;
quedó su imagen y él voló, sediento
de auras vivas, a estrellas encendidas.
Su mirada quebró las despedidas,
la frente, que deshizo el pensamiento,
en las sienes, dispuso el nacimiento
de gotitas que fueron sorprendidas.
Inflexible, saltó asida la muerte
de la brisa rasgada de amargura,
tocó el rostro y dejó un hálito fuerte.
Las mujeres temblaban su ternura
y el silencio compuso un grito inerte,
sonó el llanto y llegó la cruel fractura.
Camilo Valverde Mudarra
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