Orar
por otros es un honor sagrado. Puede que al orar por alguien escriba
su nombre en mi lista de oración. Visualizo a todas las personas en mi
lista como Dios las ve y digo una oración afirmativa especialmente por
ellas.
Si alguien busca guía, veo a esa persona caminando con
confianza en la dirección de su bien. Cuando alguien desea sanar, lo
imagino vigoroso, pleno, lleno de energía y libre. Al enterarme del
dolor de alguien, visualizo a esa persona envuelta en la paz del
Espíritu.
Cuando oro por otros, también oro por mí mismo. Me
identifico con ellos, sabiendo que nuestra experiencia humana tiene
retos similares. Somos uno en Espíritu —fuertes, sabios y sanos.
Oren unos por otros para ser sanados. La oración fervorosa del justo tiene mucho poder.—Santiago 5:16
Mi
fe me sustenta tal como la lluvia y el sol nutren las flores. Invoco el
don de la fe en todas las circunstancias de mi vida y cosecho un
hermoso ramillete de experiencias. Hago uso de mi confianza en Dios
mirando más allá de las apariencias limitantes. Mi fe me guía a explorar
nuevas posibilidades. Siembro pensamientos positivos en mi mente y
luego, dejo ir. Dejo el “cuándo” y “cómo” a Dios y confío en el orden
divino.
Nutro mi jardín al conectarme con Dios. Visualizo que
crezco en la luz del Espíritu. Me adapto con facilidad a los cambios de
la vida. Así como el agricultor cosecha abundantemente lo que sembró, yo
recibo copiosas bendiciones gracias a mi fe. Confío en Dios y veo
belleza por doquier.
Porque por fe andamos, no por vista.—2 Corintios 5:7