Estas aguas no son aquellas aguas, ni es esta la ribera. Y mis manos ¿son las mismas que antaño acariciaron la estela de su cuerpo? Otro fulgor de acero incendió las pupilas.
Que al fin todo es efímero. En el agua la muerte me reclama. En sus reflejos adivino un arrullo de sirenas.
Pasan blancas muchachas, con su aroma de adelfa, con su piel que hace temblar el mediodía. Como palomas pasan, y un instante, arrasan la memoria. Y este dolor de saberme perdido pasará. A la tarde, mis palabras sólo serán cenizas. Afligirme no debo. Aunque en verdad, imaginé más allá de este río otro destino.
MIGUEL FLORIAN
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