El amor es la fuerza más poderosa que existe en el universo. Esta fuerza armoniza y sana, y encuentra maneras de unirnos cuando parece no haber ninguna. Según me preparo para celebrar el nacimiento de Jesús, tengo presente el poder del amor. Después de todo, un recién nacido es la esencia misma del amor.
Expreso mi naturaleza afable como bondad para con los extraños. También la expreso siendo cariñoso con amigos y familiares. Los regalos que doy y recibo son símbolos de la calidez y el afecto que compartimos. Ofrezco el regalo de la compasión y oro por los necesitados. Demuestro amor con cada sonrisa y palabra amable que brindo a los demás —y experimento un amor aún más grande. El amor es multiplicado cuando se comparte.
Lo similar se atrae, así que una conciencia de bien sirve como un imán que atrae mayor bien. Al reconocer que tengo la llave para esa atracción, dejo ir pensamientos de negatividad y afirmo sólo la Verdad.
La Verdad absoluta es ésta: Soy próspero aquí y ahora. El pasado no puede limitarme. El momento presente es en sí una rica bendición. El futuro sólo tiene abundancia para mí. Sin importar las circunstancias, sentir gratitud sincera por la provisión divina asegura mi seguridad y bienestar. Lleno de gratitud, irradio y recibo la abundancia infinita del Espíritu.
Doy gracias por mis muchas bendiciones y afirmo con convicción: ¡Doy con gozo y recibo con gozo!
Piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable.—Filipenses 4:8
Honro y celebro la presencia del Cristo morador cada momento de mi vida.
Durante la temporada festiva, hay miles de vistas y sonidos que deleitan mis sentidos y hacen surgir mi alegría. Sin embargo, sé que éstas son sólo experiencias externas que van y vienen. El gozo verdadero y perdurable proviene de honrar y celebrar la presencia del Cristo morador cada momento de mi vida.
Al interactuar con mis seres queridos, acepto tanto el significado espiritual como las demostraciones externas de la Navidad. Sigo el ejemplo de Jesús. En los Evangelios leemos que él disfrutaba socializar con la gente, así como también pasar tiempo solo en oración y silencio. Día a día, equilibraba con maestría las experiencias internas y externas.
Yo también equilibro la alegría de la estación con el gozo de la presencia divina en mí.
En un día cuando se intercambian regalos para celebrar el nacimiento de Jesús, recuerdo el regalo más valioso de todos —el regalo de la Presencia pura. Practicar la presencia de Dios es una forma de oración —un tiempo de comunión sagrada con el Espíritu.
Practicar la presencia espiritual con otra persona es similar. Puedo hacerlo con algo tan sencillo como iniciar un círculo de gratitud en la mesa familiar. O dándole mi atención completa a un amigo que me necesita.
Cualquiera que sea mi celebración hoy, elijo tratar cada encuentro con los demás como una interacción sagrada. Honro el nacimiento de Cristo cada vez que vivo partiendo de mi naturaleza divina y honro el Espíritu sagrado que mora en los demás.
Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor.—Lucas 2:11
Mi cuerpo se renueva diariamente. Nueva piel es creada, el cabello crece y cada órgano se rehace célula a célula. Este mismo proceso de renovación se aplica a mi vida interna. Quizás haya notado en mí un hábito o reacción que me gustaría cambiar, una creencia limitante que querría dejar ir o una historia falsa que desearía descontinuar.
En mi tiempo de oración pienso acerca de mi imagen divina. Imagino que ésta es compasiva, comprensiva y más dada al perdón. Mantengo esta visión en mi mente y corazón, consciente de que puede tomar tiempo para que se manifieste plenamente en mi humanidad.
Día a día, dejo ir maneras antiguas de ser y doy vida a un ser renovado y radiante.
Ya se han despojado de lo que antes eran … y se han revestido de la nueva naturaleza … que se va renovando a imagen de Dios.—Colosenses 3:9-10