|
De: Alicia (Mensaje original) |
Enviado: 07/06/2011 15:58 |
|
ELEGÍA POR NOSOTROS
Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora, comentas a manera de murmullo: «¡Mirad ese es el hombre que me adora!»
Yo paso como siempre, absorto,... mudo, y tú nerviosamente te sonríes, sabiendo que detrás de mi saludo, te ahondas y después te me deslíes.
Yo sé que ni te busco, ni te sigo, que nada te mendigo, ni reclamo, comento, nada más con un amigo: «Esa es la mujer que yo más amo».
Yo sé que mi cariño recriminas, es claro tú no entiendes de esas cosas, qué sabe del perfume y las espinas, quien nunca estuvo al lado de las rosas.
Tú sabes que jamás suplico nada, y me sabes cautivo de tus huellas, que vivo en la región de tu mirada, y comparto contigo las estrellas.
Un día nos veremos nuevamente, y es lógico que bajes la cabeza, tendrás muchas arrugas en la frente, y el rostro entristecido y sin belleza.
Serás menos sensual en la cadera, tus ojos no tendrán aquel hechizo, y aún murmuraré
—«¡Si me quisiera!» tú sólo pensarás:
«¡Cuánto me quiso!»
|
| |
|
|
Primer
Anterior
2 a 2 de 2
Siguiente
Último
|
|
De: Alicia |
Enviado: 04/02/2016 02:11 |
ELEGÍA POR NOSOTROS
Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora, comentas a manera de murmullo: «¡Mirad ese es el hombre que me adora!»
Yo paso como siempre, absorto,... mudo, y tú nerviosamente te sonríes, sabiendo que detrás de mi saludo, te ahondas y después te me deslíes.
Yo sé que ni te busco, ni te sigo, que nada te mendigo, ni reclamo, comento, nada más con un amigo: «Esa es la mujer que yo más amo».
Yo sé que mi cariño recriminas, es claro tú no entiendes de esas cosas, qué sabe del perfume y las espinas, quien nunca estuvo al lado de las rosas.
Tú sabes que jamás suplico nada, y me sabes cautivo de tus huellas, que vivo en la región de tu mirada, y comparto contigo las estrellas.
Un día nos veremos nuevamente, y es lógico que bajes la cabeza, tendrás muchas arrugas en la frente, y el rostro entristecido y sin belleza.
Serás menos sensual en la cadera, tus ojos no tendrán aquel hechizo, y aún murmuraré
—«¡Si me quisiera!» tú sólo pensarás:
«¡Cuánto me quiso!»
|
|
|
|
|