El ser humano creyente de Jesús que no deje regir su vida por el Poder de la Santísima Trinidad y no cumpla fielmente con los estatutos plasmados en su Palabra en el Nuevo Testamento, jamás será prosperado en la forma correcta. Dios dijo: “Hagamos al hombre a Nuestra Imagen y Semejanza”
(Génesis 1:26.)
Por lo tanto podría decirse que el hombre es reflejo de Dios, es decir: Imagen en Espíritu y semejanza como Dios en el Padre, hombre en el cuerpo; Dios en el Hijo, hombre en el alma; Dios en el Espíritu Santo, hombre en el espíritu.
El ser humano como reflejo de Dios
Las reflexiones que a través de estos escritos se expondrán, serán ejemplos para ser comparados con lo que posiblemente haya pasado en nuestra vida y seamos interesados a aceptar la invitación hecha anteriormente, y a su tiempo, ser convencidos a convertirnos realmente en fieles creyentes de Jesús para ser liberados de las cadenas con las que el Tentador nos tiene cautivos en este mundo y empezar a vivir a plenitud en el Reino de Dios.
Sin duda, en el transcurso de los tiempos, el ser humano siempre se ha visto envuelto en diversas situaciones que no le han agradado de ninguna manera, ya que en ellas, ha sido lastimado profundamente en lo material, físico, sentimental o emocional, todo lo cual le hace creer que vino a este mundo a sufrir de cualquier forma y manera y no percibe un sendero que lo conduzca al camino de la paz y al amor duradero, así que por su misma ansiedad de sentirse reconfortado lo lleva a introducirse en diversos senderos, esperando encontrar algo que le indique como llegar a ese camino en el cual podría ser despojado de todo lo negativo que lo está lastimando profundamente para que la paz y el amor que desea, se haga realidad en su vida.
Así, pues, se introduce en el sendero de los pleitos y los reclamos con quien cree que es, o son los causantes de todas sus desdichas. O por el contrario, a la aceptación sumisa e incondicional de todo maltrato personal, social o familiar que ha recibido en forma física o hiriendo sus sentimientos o emociones; agresiones recibidas con acciones, palabras o actitudes. O bien, se introduce en el sendero de las lamentaciones, haciendo partícipes a la mayor cantidad posible de personas, familiares, amigos o conocidos, de todo lo negativo que le pasa y a qué, o a quién, hace responsable de todo ello para que se solidaricen con él, sin darse cuenta, de que en muchos de los casos él es la causa de lo que le pasa.
Al ver que lo que consigue con lo anterior, lejos de resolver sus problemas se van complicando más porque invariablemente han sido enriquecidas con el punto de vista de cada una de las personas que involucró, que lo único que eso le ha traído como consecuencia, es a sumergirse en un estado depresivo, que si no encuentra como poderlo controlar, lo puede conducir a introducirse poco a poco en senderos de tentación, que con el tiempo, se pueden convertir en costumbres que se irán transformando en verdaderos vicios emocionales y sentimentales como la angustia, la apatía, el egoísmo, el cinismo, el descuido personal y familiar, el descontento y la ira constante por todo y en contra de todos inclusive hasta en contra de él mismo; la envidia, la frustración, el miedo a todo y por todo, la falta de esperanza, la falta de fe, la falta de confianza en los demás, o peor aún, la falta de confianza en él mismo; el no querer dar y por lo mismo el no recibir nada incluyendo amor; también cae en la vanagloria y en la mentira, esos sentimientos que hacen resaltar sus virtudes y minimizar u ocultar sus defectos; y por supuesto, en la falsa modestia que hace resaltar de una manera sutil lo bueno en él, y lo malo en los demás. El hombre, al introducirse en esos senderos está a un paso de caer en tentaciones corporales como el adulterio, el alcoholismo, la prostitución, la drogadicción, y por lo tanto en el divorcio, el robo, el fraude, el secuestro, el homicidio, y muchas tentaciones más hasta llegar a la peor de todas, el suicidio, con lo cual cerraría de un solo golpe la entrada al camino que verdaderamente lo conduciría a ser despojado de todo lo negativo que le sucede en el trabajo, en el entorno social en el que se desenvuelve, y lo más importante, en su entorno familiar.