Un día soleado puede convertirse en demasiado caluroso. La lluvia, aunque refrescante, puede dañar un picnic. Mi actitud puede cambiar cualquier día de desastroso a maravilloso, ¡a pesar del clima!
No importa cuál sea la fuente de la frustración o desilusión, cambio mi actitud respirando profundamente. Siento que mi corazón se expande a medida que la negatividad es liberada y pensamientos más apacibles y afables llenan el espacio vacío. Elevar mi actitud a una perspectiva espiritual abre el camino para que nuevas ideas llenen mi mente.
Siento gratitud por cada momento de la vida. Yo soy quien crea mis experiencias. Reclamo mi poder para disfrutar de este día.
Cuando te llegue un buen día, disfruta de él; y cuando te llegue un mal día, piensa que Dios es el autor de uno y de otro.—Eclesiastés 7:14
Soy un conducto de la compasión y el amor divinos.
Al dar, recibo. Cuando elijo ayudar a alguien, beneficio tanto a la persona como a mí —ya que me convierto en un conducto del amor de Dios. Recuerdo una oportunidad cuando alguien pudo ver mi dolor o dilema y me ayudó. Tal vez mi padre o madre, un amigo, maestro o entrenador me ofreció ayuda para aliviar mi pesar.
Cuando recuerdo esas instancias, me doy cuenta del impacto positivo que tuvieron en mi vida. Yo también puedo ser un conducto de la compasión y el amor divinos. Hoy ofrezco ayuda a otra persona cuya vida pudiera ser mejorada mediante mis acciones bondadosas y benéficas.
El poder de un acto sencillo de consideración nunca deja de asombrarme. Marco una pauta positiva al demostrar el amor de Dios.
Jesús a menudo habló acerca de la oración. “Todo lo que pidan en oración, crean que lo recibirán, y se les concederá” (Marcos 11:24). Combino mi fe con mi imaginación para visualizar que mi oración ha sido contestada. Suscito los sentimientos que la oración contestada me proporcionaría y dejo ir.
Al orar por otros, establezco una idea mental del resultado. Oro por eso o por algo todavía mejor. Oro con fe, y luego entrego todo a Dios. Cuando oro por otra persona, siento que recibo una bendición personal. Dios mantiene y fortalece mi vínculo con mis seres queridos. La preocupación o la inquietud acerca de un resultado disminuye la energía de mi oración, así que mantengo mi fe en el bien eterno de Dios. Al orar, sé que he hecho mi parte.
Jesús les contó una parábola en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse.— Lucas 18:1
Perdonar requiere gran fortaleza de mente y corazón. Cuando soy capaz de hacerlo, encuentro que soy yo quien recibe sus mayores beneficios, ya que perdonar es algo que hago para mí. Mantener el corazón lleno de resentimiento afecta mis pensamientos y me mantiene en un estado de infelicidad. Al no perdonar, le doy a la persona que me hirió poder sobre mi vida, permitiéndole que me robe la paz mental.
Al orar, pondero en aquello que he de dejar ir para mi propio bien. Ser benévolo fomenta mi plenitud. Cuando perdono —a otro o a mí mismo— el abatimiento que me ofuscaba se disipa repentinamente. Mi corazón se abre, suelto toda energía negativa y me siento libre.
¿Qué es más fácil? ¿Que le diga “los pecados te son perdonados”, o que le diga “levántate y anda”?—Mateo 9:5