El hombre creyente de Jesús que sin embargo se ha resistido a guardar y enseñar a cumplir la Palabra de Jesús como la indiscutible voluntad de Dios, creerá que por estar bautizado y creer en Jesús ya está en el Reino de Dios, y no es así, ya que lo que le ha sido permitido es percibirlo, pero para encontrarse dentro de él, no basta con creer y ser bautizado, sino realmente creerle al Hijo de Dios.
La siguiente Palabra de Jesús nos confirma lo anterior.
"La llegada del Reino de Dios, no es cosa que se pueda verificar. No se va a decir: Está aquí o está acá. Y sepan que el Reino de Dios está en medio de ustedes."
Lucas. 17: 20, 22,
¿Qué nos está diciendo Jesús con esto? Sigamos siendo guiados por el Espíritu Santo Intérprete y discernamos juntos esta Palabra.
Jesús les dice eso a los Judíos, por la incredulidad que ellos manifiestan acerca de la investidura que Jesús dice poseer de parte de Dios, y además, porque muchos aún no comprendían, y muchos actualmente no comprendemos, que al Reino de Dios no se le puede ubicar en un pedazo de tierra, o en un lugar específico en ningún lugar del mundo, ya que el Reino de Dios no es algo que geográficamente se pudiese verificar, sin embargo, Jesús nos otorga una pista de dónde se encuentra realmente el Reino de Dios, y al hacerlo, nos está diciendo y confirmando que ya se encuentra aquí, en medio de nosotros, en nuestra mente, desde el mismo momento en que él verdaderamente nació en nosotros para que quisiéramos conocer de él, por eso dijo Juan Bautista en el momento en que Jesús se acercaba para ser bautizado en las aguas del río Jordán:
"Cambien su vida y su corazón, porque el Reino de los Cielos se ha acercado"
Mateo. 3: 2
Pues bien, recordemos que el Tentador se había apoderado de las llaves del Reino de Dios y lo cerró con la desobediencia de Adán y Eva, pero Jesús llamado El Cristo, vino para deshacer las obras del Tentador y recuperar las llaves del Reino que el hombre le había entregado, y a su vez, hacer el Pacto de la Alianza Nueva y Eterna de Dios con los hombres, firmado con su Sangre preciosa, sangre inocente, sangre como la de un cordero sin mancha ni defecto agradable a Dios, y que al morir en la cruz, bajó a los infiernos para liberar a todos los cautivos y a recuperar las llaves del Reino de Dios en poder de Satanás, resucitando a la vida eterna, para que todo aquel que en Jesucristo creyere conforme a su Palabra, le fuera dada la llave para abrir la Puerta del Reino de Dios para que lo disfrute en todo su esplendor, y por eso nos dice, nos informa, y nos asegura, que el Reino de Dios está en medio de nosotros, es decir: en el centro de ti, de mí, y de cualquier cristiano que se resista a seguir siendo esclavo del Tentador en este mundo que nos hace darle el primer lugar a las cosas materiales y tradicionales, y no a las cosas espirituales de Dios.
Así, pues, utilicemos abiertamente nuestro libre albedrío en su condición espiritual para cerrar esa puerta en cuyo interior se encuentra todo eso material y tradicional que nos ha dominado todo el tiempo, y abramos sin condiciones ni restricciones, la puerta del Reino de Dios guardando y enseñando a cumplir fielmente la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo como la indiscutible voluntad de Dios.
Como vemos, Jesús nos da a través de su Palabra toda la información que requerimos para hacer nuestras todas y cada una de sus promesas, promesas todas ellas llenas de su bendición para disfrutar en forma plena de su Reino aquí en la tierra. ¿Por qué creemos esto? Porque su Palabra dice:
"En verdad te digo, el que no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios." "Lo que nace de la carne, es carne, y lo que nace del Espíritu, es Espíritu."
Así, que para entrar y disfrutar el Reino de Dios en este mundo, el hombre necesita ser bautizado conscientemente en agua en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para después, ser bautizado en el fuego del Espíritu, sólo que para que lo reciba, no basta con aceptar humanamente a Jesucristo como su Señor y Salvador, sino que deberá guardar y enseñar a cumplir su Palabra sin desviarse, y sin desviar a nadie ni a la derecha ni a la izquierda del camino; y si respeta la voluntad de Dios, será indudablemente bautizado en el fuego del Espíritu Santo para serle permitida la entrada y permanencia al Reino de Dios en abundancia en este mundo y a la vida eterna en el mundo venidero.
El hombre que cumple con el mandamiento anterior, estará participando junto con Jesús, su muerte en la carne y su resurrección en el Espíritu.