Esperemos que todo lo que hemos visto hasta este punto, nos esté sirviendo a todos para ir discerniendo en debida forma las reflexiones aquí expuestas, y, de esta manera, empecemos a abrir con verdadera fe la puerta del conocimiento de Dios a través de la esencia espiritual de la Palabra de Jesús en el Nuevo Testamento.
Recordemos nuevamente lo que discernimos del cuerpo, del alma y del espíritu para reconocer el orden correcto que estas tres personalidades del ser deben de guardar entre sí, para que así, nos ubiquemos en lo que a continuación veremos.
Decíamos que todo el conocimiento y toda la sabiduría de los que actualmente goza la humanidad es encontrada en el mundo o esfera o dimensión espiritual, y que la única parte de nuestro Ser que tiene acceso a ella, es precisamente nuestro espíritu, por lo que, para que éste pueda penetrar conscientemente en él, es necesario tener presente y poner en práctica lo que Jesús nos dice en su Palabra:
"Ustedes serán mis verdaderos discípulos si guardan siempre mi palabra, entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres."
(Juan. 8: 31,32)
¿Cuál verdad? La verdad que en Cristo resplandeció, resplandece, y resplandecerá por toda la eternidad, esa verdad que nos anuncia que el Reino de Dios está en medio de nosotros al hacer Dios con el hombre, a través de Jesús, el pacto de la Alianza Nueva y eterna por medio de su Sangre Preciosa, Alianza que permite que Jesús nos participe a todos del total cumplimiento de la observancia de la Ley a través de guardar y enseñar a cumplir su Palabra, y así nosotros cumplamos por amor con la Ley y no como una imposición que nos haría caer en desobediencia, y por lo mismo, caer en constante pecado.
Esto se sigue dando en todos los creyentes que se resisten a la fe, esa fe que nos motivará a guardar y enseñar a cumplir fielmente la Palabra de Jesús como la manera de guardar y obedecer la voluntad de Dios, y esto ha sido posible, porque el libre albedrío del hombre, somete sutilmente su voluntad a las cosas de este mundo en sus tradiciones, ambiciones y placeres que han sido impuestas por el Tentador.
Aceptemos con el corazón a Nuestro Señor Jesucristo, sin condiciones, sin ataduras religiosas para poder obedecer sus mandatos como la voluntad de Dios y así ser liberados de las cadenas con las que el Tentador nos tiene sujetos para no dejarnos mover con libertad y no encontrar el camino a la verdad y a la vida por medio del estudio, reflexión y la meditación en la Palabra de Jesús.
Cristo nos liberó para que seamos realmente libres y poder hacer nuestro el Reino de Dios por medio de guardar y enseñar a cumplir los mandamientos en donde se resume toda la Ley.
1o.- “Escucha Israel: El Señor nuestro Dios, es un único Señor. Al Señor tu Dios, amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.”
(Marcos. 12: 29-30)
Es decir: Amarlo con el espíritu, con el alma, con la mente, y con el cuerpo.
2o.- “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Marcos. 12: 31)
Es decir: Se agradecido con todos los que te ayudan de cualquier manera y que eso te ayude a amarte a ti mismo para que puedas amar a los demás y ser verdadero prójimo para ellos recordando que Jesús te ama como está escrito en el siguiente mandamiento:
3o. "Ámense unos a otros como yo los he amado."
En estos mandamientos se resume toda la Ley.
Después de la resurrección de Jesucristo la Palabra de Dios nos dice:
“Entonces Jesús, acercándose, les habló con estas palabras.
"Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo."
Mateo. 28: 18 al 20
Por eso tratemos de entender y comprender bien su Palabra, ya que si la guardamos y la enseñamos a cumplir fielmente, podremos recibir el bautizo en el fuego del Espíritu Santo para ser receptores y transmisores de ese poder que Dios le dio a Nuestro Señor Jesucristo, para su honra, gloria y alabanza.