Y se llamará su nombre Dios Fuerte... Isaías 9:6
La representación del pesebre, o nacimiento, en nuestros hogares, es una costumbre que se remontan al siglo trece, y se la atribuye a San Francisco de Asís.
Se dice que, mientras predicaba por Rieti, Italia, a San Francisco, que vestía sólo con harapos, le sorprendió el crudo invierno, por lo cual se refugió en una ermita. Meditando sobre la lectura del evangelista San Lucas, se le ocurrió reproducir en vivo el nacimiento de Jesús en Belén. Para ello construyó un techo de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno de los campesinos, y los invitó a reproducir la escena de la adoración de los pastores. Tan hermosa idea nació en un momento de adversidad.
El nacimiento de Jesús en Belén ciertamente estuvo rodeado de adversidad, ya que Satanás quería deshacerse del Niño. Es por ello que es muy importante que uno de sus nombres fuera el de “Dios Fuerte”, porque ese Niño vino a luchar contra Satanás, el pecado y toda maldad.
Aunque no se escucharan, en la noche de su nacimiento en Belén también comenzaron a sonar los embates de una guerra espiritual. Siglos antes de nacer ya se lo había llamado de “Dios Fuerte”, porque la victoria ya estaba asegurada. Iban a haber batallas a luchar entre Satanás y ese Niño, pero en el corazón de Dios la invasión ya había comenzado, y la guerra ya estaba ganada.
Por medio del santo bautismo, esa misma realidad se aplica a nosotros. Es cierto que tenemos batallas que luchar, pero la guerra ya está ganada. Nuestro Dios Fuerte es nuestro vencedor y campeón.
ORACIÓN: Jesús, gracias por ser mi Dios Fuerte. Cuídame y protégeme con tu poder. Amén.
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