Dile al mar cuando lo veas
que no existe ningún otro lugar
en el que quisiera estar,
que no hay nada que deseé más
que sus aguas contemplar.
Dile,
por su brisa hasta la vida,
y por la vida voy deprisa,
buscando volver a encontrar
en la sombra de sus palmeras, la filosofía,
en el murmullo de sus olas, la música,
en su horizonte, el infinito.
de su arena, castillos de otros tiempos,
de su cielo, el azul de mi alma,
de su playa, mujeres de piel dorada,
de sus gaviotas, la libertad.
Dile al sol cuando sonría,
que vuelvo a ser niño entre sus rayos;
y embriágate con agua de coco
como hoy no lo puedo hacer yo.
Dile al mar cuando lo veas,
que no hay elixir que calme mis heridas
como lo hace su sal,
que no hay beso que aliente mi aliento,
ni lujo, ni placer mundano o espiritual
que me llene de plenitud como lo hace su voluntad.
Que no hay sueño más reparador,
ni en tendido de seda, ni en tendido de plumas,
como el que se toma a medio día en la playa.
que nada arrulla como su susurro,
ni nada alegra como la espuma de sus olas,
ni nada hay tan misterioso y honesto como su presencia.
Ni existe cosa más pura que el agua que trae y lleva,
una y otra, y otra vez.
Ve, y dile que sobre el quiero volar,
qué bien aventurado es quien va a morir a él,
y en cambio es mal aventurado
quien nunca ha visto su atardecer.
¡que no esté celoso de la montaña!
que mi pluma, mi espíritu y mi cuerpo lloran,
por no verle hoy,
me miente mi musa sin sus olas,
se va mi soledad,
volveré pronto pues
comienzo a olvidar como es.
¡Quiero ya sentir las olas que se llevan las viejas penas!
¡Y qué acaricie mi cabello la brisa fresca!
Que como mensajera llega,
anunciando el ánimo de vivir.
Desconozco autor
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