Yo no te
conocía, tierra; con los ojos inertes, la mano aleteante, lloré todo
ciego bajo tu verde sonrisa, aunque, alentar juvenil, sintiera a veces
un tumulto sediento de postrarse, como huracán henchido aquí en el
pecho; ignorándote, tierra mía, ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy a quien tu voz de acero
inspirara un menudo vivir.
Bien sé ahora que tú eres quien me dicta
esta forma y este ansia; sé al fin que el mar esbelto, la enamorada luz,
los niños sonrientes, no son sino tú misma; que los vivos, los muertos,
el placer y la pena, la soledad, la amistad, la miseria, el poderoso
estúpido, el hombre enamorado, el canalla, son tan dignos de mí como de
ellos yo lo soy; mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles, para
llevar tu afán que nada satisface.
El amor no tiene esta o aquella
forma, no puede detenerse en criatura alguna; todas son por igual viles
y soñadoras. Placer que nunca muere beso que nunca muere, sólo en ti
misma encuentro, tierra mía. Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,
rizosos o lánguidos como una primavera, sobre cuerpos cobrizos, sobre
radiantes cuerpos que tanto he amado inútilmente, no es en vosotros
donde la vida está, sino en la tierra, en la tierra que aguarda, aguarda
siempre con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Dejadme,
dejadme abarcar, ver unos instantes este mundo divino que ahora es mío,
mío como lo soy yo mismo, como lo fueron otros cuerpos que estrecharon
mis brazos, como la arena, que al besarla los labios finge otros labios,
dúctiles al deseo, hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.
Como la arena, tierra, como la arena misma, la caricia es
mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. Tú sola quedas con el
deseo, con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, sino el
deseo de todos, malvados, inocentes, enamorados o canallas.