¿Preguntarás por mí? ¿Sabrás mi nombre? ¿Descubrirás las
múltiples caricias que encerré en cada verso? En la tersa, desnuda
sinfonía que me dictara el alma enamorada, ¿percibirás el júbilo, la
herida, la angustia y el olvido que tu propio pasado
determinan? Porque es más el acervo que nos une, que los rasgos que nos
singularizan. Y cuanto yo he vivido, o he soñado, no es pertenencia mía en
exclusiva; cada cual lo ha gozado, lo ha sufrido, y es parte de su
vida. Idéntico paisaje penetrando por todas las retinas. No es
relevante el nombre, mensajero; lo es el legado, la obra transmitida. Ese
soy yo, la mente engendradora, el espíritu inquieto, en agonía, Huerto de
los Olivos, y corona de espinas, o Tabor de la luz y de la gloria; la
mano que acaricia, el susurro que calma, la seductora, cálida
sonrisa. Lo que soy, cuando aún pienso; lo que fui, si ya ausente en la
otra orilla. Es la parte que te habla, la que te desconcierta, que te
intriga, pensando que conozco tus secretos, humillación, derrotas,
rebeldías. Ahí vivo, en cada estrofa, te hablo desde mi propia anatomía,
desde el mundo sutil de mis ideas, desde este corazón, fuego y
ceniza.