Salones que cruzamos con timidez,
un centenar de rostros que desconocemos... Con lentitud, una tras otra, las luces palidecen. Allí cuando su brillo se hace gris cuando se ciega con el atardecer, un rostro me parece familiar, la memoria del amor encuentra conocidos los rostros que antes fueron extraños. Oigo nombres de padres, hermanos, camaradas, así como de héroes, de mujeres, poetas que yo reverencié cuando muchacho. Pero ninguno de ellos me concede siquiera una mirada. Como las llamas de una vela se desvanecen en la nada dejan en el entristecido corazón sonidos de poemas olvidados, oscuridad, lamentos en torno de los días ya encauzados en leyenda y en sueño de una luz disfrutada alguna vez.
Autor del poema: Hermann Hesse
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