Cuando mantengo mi atención enfocada en lo divino, mi mente funciona a un nivel más elevado. Mis pensamientos son claros y mis palabras expresan mi divinidad.
La claridad surge cuando aparto mi mente del mundo físico y entro en un tiempo de quietud y silencio. La paz y la calma que surgen de este espacio callado limpian mi mente de pensamientos no productivos y hacen lugar para la inspiración. Escucho con todo mi corazón a medida que comulgo con el Cristo en mí. En este momento encuentro la claridad que busco.
Con esta claridad viene la sabiduría para proseguir de manera positiva. Mis pensamientos y palabras son inteligentes y reflejan la seguridad de mi fe. Mis acciones son el resultado natural de este proceso.
Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.—Gálatas 2:20