Había también una profetisa, Ana. Era muy anciana; casada de joven, y luego permaneció viuda hasta la edad de ochenta y cuatro. Nunca salía del templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones. Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Lucas 2:36-38
Ana, llamada profetiza, es decir, una mujer que tenía capacidades para entender y explicar la Palabra de Dios, estuvo casada por siete años. Un tiempo muy breve. La viudez la llevó a buscar la mejor compañía: “Nunca salía del templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones”.
Su avanzada edad no fue pretexto para quejarse. Todo lo contario. Ella fue diligente en su deber de hablar con Dios y adorarlo.
Ana tenía un profundo anhelo en su corazón: esperaba la redención. Su fe en Dios le dio la certeza que ese Niño era el Redentor tan esperado. El Espíritu Santo la equipó para reconocer, sin dudar, que el pequeño, por cuya redención se ofrecieron en sacrificio dos palomitas, daría su vida en rescate por los pecados de todo el mundo.
La alegría que sintió fue tan grande, que su corazón se llenó de gozo y le dio gracias a Dios por haber puesto fin a la larga espera y haber hecho llegar la salvación. ¿Cómo iba a mantener en secreto algo tan importante? Tenía que dar a conocer semejante noticia, y así lo hizo. La Biblia dice que: “Comenzó a hablar del niño a todos”.
Un creyente nunca deja de hablar de Cristo, sino que siempre está listo para testificar de Jesús.
ORACIÓN: Padre celestial, capacítame con tu Espíritu Santo para comprender y compartir tu Palabra. Amén.
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