No nos cansemos, pues, de hacer bien. - Gálatas 6:9
Hace más de dos mil años nació un hombre que, al destruir la oscuridad causada por el pecado, el diablo y la muerte, cambió la humanidad para siempre.
No tuvo grandes títulos, ni riquezas, ni posición social. Pero apenas recién nacido atemorizó a un rey, y en su juventud asombró con sus conocimientos a los doctores de la ley.
Nunca escribió un libro. Sin embargo, ningún libro se ha distribuido tanto como aquel que habla sobre su vida y lo que él hizo mientras vivió en este mundo.
Nunca fundó una escuela. Sin embargo, ningún maestro ha tenido tantos alumnos como él.
Nunca reclutó un ejército ni entrenó soldados. Sin embargo, ningún general ha contado con tantas personas dispuestas a dar sus vidas por su causa, como lo han hecho para él.
Vino al mundo por amor, vivió, predicó y enseñó ese amor, y dio su vida por ese amor.
Sus amigos más allegados lo abandonaron. Uno lo negó, y otro lo traicionó.
El Rey Herodes no lo pudo matar. Satanás no lo pudo seducir. La tumba no lo pudo retener.
Él es la suprema autoridad de todas las potencias, y el Salvador de todos los perdidos.
Él afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”.
Al tercer día de ser crucificado resucitó, y ahora está sentado a la diestra del Padre y es adorado por todos los ángeles y temido por los demonios.
Él es Jesús, el Cristo, mi Dios y mi Señor. En él confío, y por él haré el bien, sin medir a quién.
ORACIÓN: Amado Jesús, enséñame a confiar en ti con mi corazón, mi mente, mi vida y todo mi ser, y a confesarte en todo tiempo y circunstancia. Amén.
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