Escribo con pasión, sueño sin ella. El sueño es el disfraz que nos pusimos en momento de apremio, cuando, tal vez al borde del abismo, necesitamos alas para evadir carencias o peligros que a la prosaica tierra nos uncían. Quizá para la altura no nacimos. El disfraz no nos cambia, nos embauca, nos hace pretender. Es el castillo proverbial en las nubes, que al fin se nos derrumba. Un espejismo. Y por eso mis sueños son neutrales, lógicos, inequívocos. He tenido mis rachas de locura, de quimeras, visiones y delirios, cayendo todo sobre mí en pedazos, al recobrar mis dosis de realismo. Improbables proyectos de futuro, los sueños son de vidrio, y se quiebran al fin entre las manos. Los tuve. No los quiero. Son dañinos.
Ah, pero toda mi pasión renace en la mente, en la mano, cuando escribo. Voy creando mi mundo, a mi manera; cuanto alguien me otorgara, lo revivo, lo afiligrano, labro y festoneo; y lo que no alcancé, lo idealizo con la capacidad que dan los años, fuerza de ayer y fuego de ahora mismo. De una manera o de otra, estoy en lo que digo. Con los pies en la tierra, y la galantería a mi servicio.