Era un sonar de llaves indecisas. Un ruido profundo de ascensores; inquietados huéspedes de aquellos edificios de la periferia, dorados por la tarde. Era buscar a ciegas interruptores de luz, como quien busca en esas bibliotecas truculentas el secreto resorte que conduce a la cámara privada, al sitio inconfesable. Era el olor de sábanas extrañas, y el olor desconsolado de los cuartos de huéspedes, con libros y revistas de desecho. Era vestirse con el frío. Salir de allí de nuevo como extraños. Más unidos, en fin, por una sombra. El amor tiene ahora en el recuerdo olor a cuartos húmedos y el sonido furtivo de una puerta al abrirse.
Autor del poema: Felipe Benítez Reyes
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