Así como sustento mi cuerpo con alimentos todos los días, abro mi mente y corazón para nutrir la energía y la vida espirituales que moran en mí. Me fortalezco desde mi interior gracias a la presencia de Dios.

Un momento de meditación en el que visualizo luz me llena de vitalidad. Comienzo imaginando que cada célula de mi cuerpo es un punto de luz. Contemplo cómo la luz se magnifica y todo mi cuerpo es iluminado con una esencia radiante y espiritual.

Experimento que dicha esencia emana de mí y me vincula con la Fuente de todo. Respiro profundamente y afirmo que la vida de Dios es mi verdadera identidad. Yo soy un ser vibrante, fuerte y saludable gracias a este poder dinámico que mora en mí.

Con Dios, soy mayor que cualquier desafío que pueda enfrentar. Al tener esto presente, dejo ir todo temor y toda duda. Hago uso de mis herramientas espirituales: la oración, la meditación, el Silencio, cuando las bendiciones llegan a mí de modos esperados e inesperados. Puede que reciba una llamada, tenga un sueño o un presentimiento. Un saber interno que me guía justo hacia aquello que necesito cuando lo necesito.

Así como el joven David pudo vencer a Goliat, yo cuento con las provisiones, la actitud y las ideas que me ayudarán y protegerán. Dios es en mí, yo soy en Dios. Mi esencia espiritual es firme y valerosa. No puede ser herida ni disuadida, nada puede impedir que yo haga o sea aquello que he sido llamado para hacer y ser.

Si me siento solo, recuerdo que Dios siempre está conmigo como una presencia divina interna en la que puedo confiar por guía y fortaleza. Lo único que necesito hacer es dirigir mi atención a Dios para sentirme rodeado de amor y paz.

Me acallo y acudo a mi interior para encontrar la conexión con el Espíritu siempre presente. Solo existe Dios. Solo existe este momento. Estoy listo para proseguir con mi día. Tengo toda la fortaleza y el valor que necesito para hacer lo que me corresponde. Si me siento cansado o solo, recuerdo que Dios nunca me abandona. El Espíritu divino está en mí y a mi alrededor siempre y, por esta Verdad, siento profunda gratitud.

Ya soy completo espiritualmente, ya que he sido creado a imagen de Dios. Al afirmar esta Verdad, quito las telarañas del pensamiento negativo y mi mente brilla intensamente. Ya soy completo emocionalmente, ya que mis sentimientos revelan la energía vital que fluye en mí.

Mi cuerpo ya es sano y completo, ya que es la manifestación de mi naturaleza divina. Como la expresión creativa de Dios, mi completitud innata se expresa en cada aspecto de mi ser. Me conecto con la vida de Dios, alineando mi alma en evolución con su expresión divina. Visualizo que un fluir de luz espiritual irradia de mi mente, mis emociones y mi cuerpo, conectándome con la luz universal de Dios.

Mi intelecto me permite dar rumbo a mi vida y cumplir con mis obligaciones —gracias a la lógica y a años de educación y experiencia. Sin embargo, soy motivado por algo mayor que mi intelecto: mi sabiduría. Aunque haya cometido errores, aprendí de ellos y crecí en sabiduría que no pude haber ganado o suscitado de otra manera.

Me perdono a mí mismo y a los demás por cualquier error del pasado. Mis errores hacen que sea una persona más afable y compasiva. Al abrirme a una comprensión espiritual más profunda, una sabiduría que va más allá del intelecto y la experiencia, mi fe se profundiza y mi sabiduría crece. Escucho y estoy atento al susurro sagrado que surge en mi alma. La sabiduría de Dios dirige mi paso, dándome paz y claridad.

Estoy cada vez más consciente de mi potencial como una creación de Dios. Esas experiencias de vida que yo puedo ver como tropiezos, no deben ser ocasiones para la autocondena o encontrar fallas, mas bien deben ser oportunidades para practicar la autoconciencia y el crecimiento espiritual.

Los dones, que incluyen la comprensión, la sabiduría, el amor, la fe y la fortaleza, apoyan mi evolución espiritual. Están en mí como semillas que brotan y echan raíces durante el viaje de mi vida. En oración, los reconozco como aspectos de mi identidad divina, invocándolos y aplicándolos conscientemente a mi vida cotidiana. Soy paciente y recuerdo que la evolución es un proceso gradual. El progreso espiritual dura toda la vida, y sus recompensas no tienen medida.

Las escrituras hebreas cuentan la historia del Señor dirigiendo al profeta Elías: “Entonces el Señor le dijo: ‘Sal de tu cueva y espérame en el monte’”. Mientras esperaba, Elías no pudo encontrar a Dios en el viento; tras el vendaval, un terremoto y luego un fuego. Entonces Elías descubre a Dios, en el puro silencio.

A veces, el caos me rodea según trato de encontrar la paz de Dios. Otras veces, el caos está dentro de mí. Mas persisto en mis esfuerzos mientras enfrento tormentas internas, fuegos y terremotos al buscar la paz.

Tal como Elías, me mantengo firme en la fe, sin ser perturbado por lo que sucede a mi alrededor. Espero que las distracciones pasen; ¡y, en el silencio, siento paz!