En mi experiencia humana, puede que haya herido a otros con mis acciones. Al sentir remordimientos, tal vez me condene por errores que he cometido aun después que he sido perdonado por la persona a quien herí. Recuerdo que el condenarme no ayuda a nadie ni cumple un buen propósito.
Tengo presente mi divinidad. Yo soy un ser espiritual. La Fuente de luz, la presencia de Cristo, mora en mí. Acepto la gracia; ella es mi derecho de nacimiento. Permito que su paz purificadora fluya en mí, y me siento renovado.
Yo soy capaz de perdonarme, aliviando mi carga y propiciando que avance hacia mi bien con entereza y ecuanimidad. Inmerso en la gracia de Dios, mis pensamientos, palabras y acciones fomentan mi sanación y me brindan consuelo.