Era un juego morboso, adictivo y excitante...
Sus miradas cómplices eran los dados
que daban comienzo a la partida...
Ella provocaba a sus demonios, los seducía, los atraía...
Él dejaba que los provocase, que los sedujese, que los atrajese...
No llegaban a la meta...
Siempre acaban perdiéndose en la casilla del
laberinto de sus pasiones más perversas...
Sus demonios se encontraban, se revolvían,
se enredaban, se sentían, se daban, se entregaban,
jugaban a ese juego que nunca terminaba...