Señora, ¿qué hago con este amor que le profeso? ¡Dígame!, para no ser el emigrado de letras.
Quererte en las tardes de lluvias, no basta; menos es las mañanas otoñales; me ha convertido en el libro preferido de aquel poeta ermitaño.
No importa quien ha llevado tu juventud; aquel último pétalo, o quien te haya escrito poemas, ¡así te amo!, aunque termine en el exilio de los amantes de prosas.
Señora, quiero ser parte de su historia; el hombre que visite los nupciales de las doncellas, y decirles que tu perfume es la ambrosía de aquellos que en una noche hacen poesías sin letras.
Señora, su lenguaje son tus años.
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