Fue caminando despacio, el vestido se le pegaba al cuerpo. Se fue desabrochando los pequeños botones. Los mismos que unas horas antes él jugaba con ellos. Así entre risas y besos los fue desabrochando, bajo sus tirantes y fue besando su mejilla, bajo a su cuello, sus hombros. Tiernas caricias acompañaban aquellos besos, que hacían que su piel se erizara. Ella lo abrazaba con ternura, sus cuerpos unidos, piel con piel. Sintiendo aquella calidez, su voz, apenas eran susurros que quedaban allí junto a ellos. La estancia estaba impregnada de aquel perfume dulzon. El que los invita a vivir su amor, así cada vez que se encuentran. Un amor que no sabe de tiempo, un amor siempre vivo en ellos.
Conchita Osuna.
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