La amé en mis tiempos libres, y en los silencios que nunca callaron.
La amé con el vértigo señalado de las lluvias efímeras que, caían entre ella y yo; ¡mientras estás!, recorrían nuestros cuerpos disolutos.
Sí, la amé en demasía, que al cielo lastimé; el perdón no existió en mí, y mis letras se escondieron en la eternidad y travesía de una oruga.
La amé ¡del verbo amar; !, luego le dije, ¡adiós!, fue ahí, que aprendí a odiarme sin creer que un día volvería amar.
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