Me arriesgué por ti aún sabiendo
que no era lo correcto,
cedí al juego de tu seducción,
a tu manera de envolverme,
de tratarme como una persona especial,
creí poder librarme con facilidad
poniendo el freno, el muro,
la barrera de nuestra amistad.
Lograste acelerar el pulso de mi corazón
al lanzarme como dardos envenenados
el fuego de tus deseos,
tus ansias de ser amada, de ser mujer,
me mostraste la fuerza de tu sed,
el grito de tus delirios que hacía
temblar mis principios, mi respeto.
Convertiste cada segundo de mi vida
en la desesperación de buscarte,
de escuchar la melodía de tu voz,
de sentirte cerca aunque lejos siempre
estabas de mí, quería a toda costa
ser tu rey, tu hombre,
aunque la culpa como un martillo
me golpeaba la cabeza.
Me arriesgué por ti, para salvarte
de la soledad, para darte esperanzas,
por ese amor que no pude evitar naciera,
creciera en ti en cada uno
de los instantes que podíamos estar juntos,
claro que no pudiste resistir a confesarme
tu amor por mí, claro que ya nada podía
hacer sino decirte que también te amaba.
Me arriesgué por ti, claro que lo volvería
a hacer, aunque mi alma padezca,
perezca arañando, quemándose
en las paredes del averno.