
El tiempo de pasión
Es un ciprés que nace entre antiguos cipreses, plantado por mis manos; mirado y remirado por los ojos que lloran en mi cara; los ojos que te amaron cuando antiguos cipreses eran sólo columnas de un gran cielo tranquilo.
Música de la Muerte redobla entre tu cuerpo y mi cuerpo. Redobla entre tu sombra y mi sombra. Redobla en los confines del Amor y la Noche...
Música de la Muerte llora todas tus muertes; va corriendo entre todas las hojas de ciprés: dice tu muerte, y llega hasta el recuerdo de aquel gran mediodía del arduo amor, -¡un melodioso estar Tú y yo, como dos rosas, en un resplandor mágico de largos oros!-
Estábamos envueltos en un aire de fuente en primavera! Tú y yo ¡ciegos al día y a las estatuas frías! ¡Oídos impenetrables a la lira del aire! ¡Sólo almas reposando sobre el alma del sándalo!
Ahora estás muerto, Amor, bajo todas las rosas tristes, ardientes, ávidas, que mi pasión deshoja. Y por mis sienes, como de una herida, corre tu sangre, última flor de vida. Ya llega a mi mejilla -sola flor sin espinas- y canta su pasión, su vida herida. Yo te he tendido, Amor, sobre las flores tiernas, preso y libre de mí, nocturno y frío, y desde mis abismos te remiro.
Ya estamos otra vez, como dos rosas, junto a la más esbelta fuente eterna de Amor. -Huyen redobles de tu Muerte entre noche-. ¡Canta la fresca aurora!
Esther de Cáceres
18.09.14
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