Era una locura estar con ella, una locura a la que accedía
por propia voluntad cada vez que podía, cada vez
que nuestras almas se conectaban más allá de las barreras,
más allá del horizonte, una locura que llevaría a mi alma
al más oscuro de los precipicios al no poder tenerla conmigo
para amarla, para complacer todos sus deseos
de mujer, para saciar su sed, su apetito.
“Ella se resistía a creer lo que estaba sucediendo
en los deseos de su cuerpo, se negaba a esos impulsos
de locura, de intensos delirios que la arrastraban
irremediablemente hacia mí, trataba a toda costa
de no manifestar algo que la ponga en evidencia,
que me haga ver, que me haga sentir esos sentimientos
de amor, la fuerza de su calor, impulsos que afloraban
buscando su libertad, su grito desesperado de gloria”.
Cada día tenía una cita donde la hacía mi musa,
la mujer de mis sueños, de mis noches y también
de mis atardeceres al contemplar los rayos tibios
del sol rojo, la reina de la fuerza de mis venas,
de mis suspiros, de mi respiración, cada día al tomar
mi pluma para escribir ella era la protagonista
en las gotas que brotaban de mi inspiración su nombre
se deslizaba en las líneas de los versos y las prosas,
no había otras palabras porque era el alma de mi poesía.