PABLO NERUDA
Soneto V
No te toque la noche ni el aire ni la aurora, sólo la tierra, la virtud de los racimos, las manzanas que crecen oyendo el agua pura, el barro y las resinas de tu país fragante. Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos hasta tus pies creados para mí en la Frontera eres la greda oscura que conozco: en tus caderas toco de nuevo todo el trigo. Tal vez tú no sabías, araucana, que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos mi corazón quedó recordando tu boca y fui como un herido por las calles hasta que comprendí que había encontrado, amor, mi territorio de besos y volcanes.
Soneto VI
En los bosques, perdido, corté una rama oscura y a los labios, sediento, levanté su susurro: era tal vez la voz de la lluvia llorando, una campana rota o un corazón cortado. Algo que desde tan lejos me parecía oculto gravemente, cubierto por la tierra, un grito ensordecido por inmensos otoños, por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas. Pero allí, despertando de los sueños del bosque, la rama de avellano cantó bajo mi boca y su errabundo olor trepó por mi criterio como si me buscaran de pronto las raíces que abandoné, la tierra perdida con mi infancia, y me detuve herido por el aroma errante.
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