El encubridor
Ese que sale de su país porque tiene miedo, no sabe de que, miedo del queso con ratón, de la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa.
Entonces quiere cambiarse como una figurita, el pelo que antes se alambraba con gomina y espejo lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda de costumbres, de vino, de idioma. Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme a pata ancha. Hasta de estilo cambia, y tiene amigos que no saben su historia provinciana, ridícula y casera.
A ratos se pregunta como pudo esperar todo ese tiempo para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote, de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.
A fojas uno, si, pero cuidado: un mismo espejo es todos los espejos, y el pasaporte dice que naciste y que eres y cutis color blanco, nariz de dorso recto, Buenos Aires, septiembre.
Aparte que no olvida, porque es arte de pocos, lo que quiso, esa sopa de estrellas y letras que infatigable comerá en numerosas mesas de variados hoteles, la misma sopa, pobre tipo, hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.
JULIO CORTàZAR
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