Era una época mayormente ingrata, cuando Internet no alteraba nuestras vidas;
eran unas navidades principalmente celebradas por los niños.
Estos, al golpear de botes vacíos de conservas, entonaban la canción
apropiada de que “mañana es Nochebuena y pasado Navidad, cantan los gallos kakaraka”;
a no confundir con el Karaoke actual. Los niños íban de casa en casa tratando de conseguir,
casi siempre sin éxito pues no estaba el horno para bollos, de los habitantes
del barrio caramelos o quizás alguna que otra moneda para comprar figuras de mazapán,
o irse a la sesión de proyección de cine parroquial. Los americanos no invetaron nada con Halloween.
Era cuando los niños mirában embelesados los escaparates de las miserables tiendas
o bodeguitas de barrio decoradas parcamente con una hoja de bacalao, dos cajas de turrones,
uno duro y el otro blando, y otra de una culebra de mazapán enrollada que inspiraba cierto
respeto por su aspecto feroz, todo ello rodeado de una cinta de papel con flecos de plata
a guisa de decoración; ese escaparate generaba en mi un sentimiento de ilusiòn, magia,
pero sobre todo cierta melancolía porque en la gran mayoría de los hogares, aun haciendo un esfuerzo,
la serpiente de mazapán se deslizaba lejos de su alcance. Pero poco importa, el gran guiso
de bacalao con coliflor, la carne asada y Antonio Machìn venían a recordarme de alguna manera
que estábamos en Navidad. El turrón, los higos y las pasas eran como el broche de oro de una
fiesta que ya comenzaba a hacernos olvidar lo principal, que era el nacimiento de un niño
en Belén; menos mal que para recordárnoslo estaba la Iglesia y Hollywood, que lo hacían,
la primera a golpe de zagalas y pastores, y el segundo con películas estacionales
que nos enviaba para meter cuchara en el pastel comercial navideño.
Quien tenga la amabilidad de leer estas líneas le va a resultar difícil impregnarse
del espíritu navideño que generalmente persigue este tipo de narraciones,
pero quiero decir en mi descargo que este escepticismo aparente no es,
no fue ni será capaz de erradicar completamente de mi mente que estas
son unas fechas que debieran de ser entrañables, que lo son para una mayoría
de gente, cualquiera que sea su religión o creencia, y que en realidad pocas
cosas me emocionan tanto como unos cantos navideños en una misa de
medianoche o del gallo, lo mas lejos posible de los turrones, los mazapanes,
los higos y las pasas, y que en general consiguen su objetivo: recordarme
que parece ser que un día de invierno nació en un pesebre un niño con el objetivo de redimir al género humano;
la tarea es al parecer ardua porque por el momento creo que le
queda todavía mucha labor por delante, pero quizás con la ayuda de
las Navidades y los cuentos navideños , poco a poco vaya consiguiendo su objetivo inicia
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