Oda al primer día del año
Lo distinguimos como si fuera un caballito diferente de todos los caballos. Adornamos su frente con una cinta, le ponemos al cuello cascabeles colorados, y a medianoche vamos a recibirlo como si fuera explorador que baja de una estrella.
Como el pan se parece al pan de ayer, como un anillo a todos los anillos: los días parpadean claros, tintineante, fugitivos, y se recuestan en la noche oscura.
Veo el último día de este año en un ferrocarril, hacia las lluvias del distante archipiélago morado, y el hombre de la máquina, complicada como un reloj del cielo, agachando los ojos a la infinita pauta de los rieles, a las brillantes manivelas, a los veloces vínculos del fuego.
Oh conductor de trenes desbocados hacia estaciones negras de la noche. este final del año sin mujer y sin hijos, no es igual al de ayer, al de mañana? Desde las vías y las maestranzas el primer día, la primera aurora de un año que comienza el primer día, la primera aurora de un año que comienza, tiene el mismo oxidado color de tren de hierro: y saludan los seres del camino, las vacas, las aldeas, en el vapor del alba, sin saber que se trata de la puerta del año, de un día sacudido por campanas, adornado con plumas y claveles,
La tierra no lo sabe: recibirá este día dorado, gris, celeste, lo extenderá en colinas, lo mojará con flechas de transparente lluvia, y luego lo enrollará en su tubo, lo guardará en la sombra.
Así es, pero pequeña puerta de la esperanza, nuevo día del año, aunque seas igual como los panes a todo pan, te vamos a vivir de otra manera, te vamos a comer, a florecer, a esperar. Te pondremos como una torta en nuestra vida, te encenderemos como candelabro, te beberemos como si fueras un topacio.
Día del año nuevo, día eléctrico, fresco, todas las hojas salen verdes del tronco de tu tiempo.
Corónanos con agua, con jazmines abiertos, con todos los aromas desplegados, sí, aunque sólo seas un día, un pobre día humano, tu aureola palpita sobre tantos cansados corazones, y eres, oh día nuevo, oh nube venidera, pan nunca visto, torre permanente!
Autor:Pablo Neruda.
Chileno
Premio Nobel de Literatura
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