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Desde la eternidad, antes que los collados y los montes, que las fuentes y el mar, con la primera luz de la alborada, Dios te elige doncella angelical. Y tu nombre es María, Señora excelsa, amada de Yahvé, mirra del agua, lumbre que ilumina.

¡Salve! llena de gracia, de caridad y de sabiduría; río de la esperanza; fertilizas como el Pisón y el Tigris; como el Jordán y el Éufrates rebalsas los surcos de la mies; como el Guijón y el Nilo, en la vendimia, rocías los bancales con tu fe.

¡Salve! lirio de amor, flor del naranjo, palma de Engadí, rosal de Jericó, olivo de la tierra prometida, cedro del Líbano y ciprés de Hermón. Biznaga de pureza, ramillete de gálbano y de incienso, aroma de la Altura que embelesa.

¡Salve! dulzura y paz para el valle de lágrimas y barro. Ancló en tu litoral la prístina promesa, la Palabra, por ti la Maravilla salvará. Estrella matutina, cirio implorante, hogar del Creador, Sagrario, Vino y Pan de Eucaristía.

- II -
Virgen inmaculada, alma de Dios, grial de la alegría, en mi inquietud callada, en mi tierra baldía, has derramado mística ambrosía.

Mi mente atormentada por trágico espinar, en agonía por mi noche cerrada al Sol del nuevo día, halló en tu amor la célica armonía.

Cantó mi madrugada al Niño que en tus brazos se dormía, y a su Cruz abrazada te sentí Madre mía en la Voz que en tu carne se ofrecía.

En ti voy refugiada, sigo los pasos de la profecía, y a su mesa invitada por tu creyente fiat, gozo la Vida de la Eucaristía.

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